Categoría : cerebro

¿Sabe del síndrome de Moebius?

No

A causa de una disfunción muscular, tu rostro deja de expresar emociones… Y, al poco tiempo, ¡dejas de sentir esas emociones!

¿Conclusión?
Que es un proceso reversible: si actúas “como si” sintieras una emoción, ¡acabarás por sentir esa emoción sugestionada! Por tanto, si sonríes y ríes, te pondrás contento. Y si piensas y actúas como si tuvieras éxito, ¡te llegará el éxito! Y si actúas como si fueses feliz…, acabarás siendo feliz.

¿Puedo sentir lo que desee sentir?
Si actúas como si fueras afortunado, atraerás la fortuna. No es magia: ¡es sólo que tenemos un cerebro muy, muy sugestionable!

Pero por mucho que el cerebro se crea algo, el entorno es el que es.
Ese cerebro sugestionado creará las condiciones para modificar el entorno en consonancia. Ya lo dijeron los griegos: ¡carácter es destino!

Póngame algún ejemplo de todo esto.
El mío mismo: al nacer mi hija, me pregunté cómo podía ayudar a esa niña a ser feliz…

¿Y qué hizo?
Rastreé los rasgos que tienen en común las personas afortunadas, las personas con buena suerte, satisfechas de su suerte.

¿Y qué rasgos son esos?
Son siete rasgos: uno, buen autoconcepto (aunque seas bajo y calvo, eso no te acompleja); dos, optimismo (ves salidas a todas las situaciones): ¿sabe lo de los militares húngaros perdidos en los Alpes?

No.
Encontraron un mapa, y eso les ayudó a hallar la salida. Pero ese mapa… ¡era de los Pirineos! Ellos no lo sabían: o sea que si crees que hay salida, ¡será más fácil encontrarla!

Tres.
Extraversión: allá donde van, establecen buenas relaciones (¡es el mejor modo de encontrar trabajo!). Cuatro, empatía: saben ponerse en la piel del otro, escuchar con el corazón. Cinco, autogestión emocional.

¿Autocontrol?
O saber enfadarse… ¡cuando toca enfadarse! Seis, proactividad: generan sus circunstancias, las que les resultan más favorables. Y siete, perseverancia: saben picar piedra.

Ahora ya sabemos cómo es la persona afortunada. ¿Qué hacemos con eso?
Ahora se trata de fomentar en uno mismo todos esos rasgos.

¿Cómo?
Yo aplico, por un lado, la grafotransformación. Y, por otro, las instrucciones nocturnas al cerebro.

¿Instrucciones nocturnas?
Sí: liberadas de sus obligaciones de la vigilia, las neuronas establecen más conexiones mientras dormimos. ¡Aprovechémoslo para reeducarlas en nuestro beneficio!

¿Cómo puedo hacerlo?
Relájate y escribe en un papel cinco veces alguna instrucción para tu cerebro: “me gusta mi cuerpo”, “valgo mucho”, “soy enérgico”, “tengo aplomo”, “hablo con facilidad”, “voy a desarrollarme”, “domino mis emociones”, “dirijo mi vida”, “me siento feliz”…

¿Y ya está?
Recítalas, cada una, en voz alta, cada noche, durante veintiocho noches. Y sigue luego con tandas de nuevas autoinstrucciones.

¿Y el cerebro obedece a esto?
Sí: al repetir la frase, el consciente baja la guardia y esa orden empapa el inconsciente… ¡Y ya sabemos que el inconsciente rige el 90% de lo que hacemos durante el día!

Qué fácil parece, pues.
Durante el sueño, el cerebro reconstruye y reorganiza conocimientos. Y es tan sugestionable… Fíjate en cómo caminan tus hijos, ¡y verás que caminan como su madre o como tú! Esto es inconsciente: imitamos. Aprovéchalo, ¡date instrucciones!

¿Debo escribir esas autoinstrucciones de mi puño y letra, a mano?
No hay un modo mejor de aprender algo que escribir a mano. Tonifica la memoria, reactiva neuronas… Es la gran noticia: puedes reeducar tu cerebro cuando quieras. Tú serás lo que quieras ser. Bien lo dijo Huxley: “Hoy es siempre todavía”.

Entrevista a Joaquín Valls

¿Qué define nuestro cerebro?

El talento no se puede medir cuantitativamente. Por eso es una idiotez jerarquizar a Darwin, Einstein, Freud por su cantidad de talento. Porque lo que les hace genios no es su cantidad de genio, sino que el suyo era único e irrepetible.

¿Por qué nos empeñamos entonces en medir el talento de nuestros estudiantes siempre con el mismo patrón? Midamos el esfuerzo y premiémoslo, pero no el talento. Y al final, la gran enseñanza de la escuela debería ser que el esfuerzo se premia a sí mismo: no requiere gratificaciones.

No hay estudiantes mediocres, sino personas que aún no han encontrado su talento: ayudémoslos a encontrarse

*

Extracto de una entrevista con Susan Greenfield, baronesa en la Cámara de los Lores; neurocientífica en Oxford. La Vanguardia

CEREBRO

La curiosidad rejuvenece…

Los humanos aprendemos dos patrones desde pequeños: el amor o afecto y la curiosidad. Si durante la infancia nos cortan estos patrones envejecemos de forma prematura.

Nuestro cerebro, programado para que sobrevivamos, se estresa y tiene miedo. Hasta los años 60 se pensaba además que este era inmutable y que a partir de los 18 años ya no cambiabas. Se pensaba que la única manera de producir cambios en el cerebro era a través de fármacos y ahora se ha visto que el pensamiento y el comportamiento son vitales para esos cambios.

Nuestro sistema educativo sigue enseñando las mismas cosas que aprendían nuestros padres y abuelos. No hemos sido capaces de adaptarlo al mundo en que vivimos. Si se despertase un educador de hace cien años y entrase en un aula de ahora no lo notaría. Les damos los mismos contenidos y les contamos lo mismo.

Deberíamos luchar por un sistema educativo que mire al niño a los ojos y le diga que tiene algo único y le pregunte qué sabe hacer, qué le motiva.

Un niño que en la escuela está desmotivado, que no siente curiosidad, es un niño que no avanza, que va a fracasar y que va a ser un humano muy infeliz. El cerebro, si no tiene forma de alimentar esta curiosidad, se distrae.

Los niños deberían tener más aficiones y la escuela debería plantearle más estímulos entre los que poder elegir. Eso nos daría adultos muy distintos. La época de la supervivencia física pasó, este será el siglo de la supervivencia emocional.

Elsa Punset, extractos de una entrevista en el periódico Información

Imagen: Lena Sotskova