Nació en un lugar concreto, en el interior de una familia con sus virtudes y sus problemas. A estas alturas de su vida ya se había dado cuenta de que aquel territorio en el que apareció daría para escribir una novela de más de mil páginas. Allí estaba su historia, aquella que nunca le explicaron en la escuela, ni tampoco en las aulas universitarias por las que transitó más tarde.
Es muy cierto que el pasado familiar puede estar olvidado, pero eso no significa que esté muerto. Puede continuar presente, actuando y condicionando en forma sutil la existencia. Y al igual que ningún edificio puede separarse completamente de sus cimientos sin venirse abajo, resulta difícil desligarse completamente de las bases que a uno lo sustentan.
En una antigua librería encontró un libro -sin tapas- con el siguiente pasaje:
El hogar no es una casa, ni unas personas, ni un sistema de parentesco dado. Es, más allá de lo concreto, un símbolo del sostén, de la atmósfera intelectual, emocional, creativa y material que sustenta a un individuo. Por ello se considera que expresa las raíces del árbol, o los cimientos del edificio, desde las cuales podremos salir al mundo…
Buscando en el baúl de los recuerdos encontró un tesoro valioso que tenía que ver con la forma en que encajaba los reveses de la vida y con su manera particular de reaccionar frente a los acontecimientos. Y es que el árbol genealógico no lo seguía, más bien lo tenía dentro.