Dijo: “Olvida los cuentos de piratas con cofres enterrados en islas desiertas. De todos los tesoros que puedes encontrar en esta vida, esos son los menos probables. Sin embargo hay otros que puedes descubrir en ti mismo, aunque para ello será necesario que primero te enfrentes a tus miedos. Como el miedo siempre resulta paralizante, voy a contarte una historia de buscadores de tesoros”
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Hace años un grupo de jóvenes amigos quedaron para hacer una larga travesía en barco. Partieron en busca del autoconocimiento y la libertad, algo que estaba en conflicto con los que detentaban el poder en aquellas tierras que preferían individuos sumisos y obedientes.
Los viajes, además de movimiento, suponen algunas veces cambio. Pueden aparecer personajes inclasificables a todas luces cargados de valiosas enseñanzas. Este grupo de amigos coincidió con un “sabio” que tenía los conocimientos para construir e interpretar el mapa del laberinto interior de cada uno de ellos. A pesar de las dudas de los más racionales, les explicó por donde comenzar a buscar el verdadero tesoro que cada cual escondía en su interior. Insistió en que no había ninguna necesidad de creer, solo era necesario poner a prueba y experimentar.
Propuso un ejercicio donde cada cual debía excavar en busca de su propia riqueza interior. El punto en el que debían iniciar el trabajo, era aquel en el que sentían miedo u obsesión. Resultó evidente que los miedos eran distintos, porque también sus orígenes eran diferentes. El sabio se encargó de repetir varias veces que ninguna receta general podría ser útil para todos. Cada caso era específico.
Sin embargo aquel grupo de jóvenes buscadores todavía no habían aprendido a diferenciar la calidad de la cantidad y en el momento encontraron a un vendedor de fantasías que les prometió la iluminación instantánea se apartaron del sabio.
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¡Así termina la historia! ¿Qué sucedió después con los buscadores?- preguntó el alumno
Naturalmente, como es lógico, cada buscador aprendió lo que pudo de la experiencia, teniendo en cuenta de que siempre hay quien no aprende nada. Aquel vendedor de «iluminación instantánea», más allá de grandes dosis de atención, no les exigió ninguna tarea ni esfuerzo.
La enseñanza puede resumirse en que lo más excitante no tiene por que ser real y que en el camino del aprendizaje es preferible evitar los atajos.