«Esta película es como una remake de nuestra memoria familiar» | Entrevista con el actor Brontis Jodorowsky. El hijo mayor de Alejandro Jodorowsky habla de la difícil experiencia que significó interpretar a su abuelo inmigrante, un hombre de carácter duro, en La danza de la realidad, film autobiográfico dirigido por su padre que la semana pasada se estrenó en la Argentina. La película se centra en la infancia del director, transcurrida en los años 30, en el norte de Chile.
Con La danza de la realidad (2013), película en parte autobiográfica centrada en la infancia de su padre, en Tocopilla, una ciudad minera del norte de Chile, Brontis Jodorowsky no la tuvo fácil. En el film recientemente estrenado en Buenos Aires, además de interpretar a su abuelo Jaime -un despótico inmigrante ucraniano, judío, admirador de Stalin y dueño de una tienda de ropa interior llamada «Casa Ukrania»- y de actuar escenas violentas con un Alejandro Jodorowsky-niño (personificado por Jeremías Herskovits), debió treparse a una cuerda, domar a un caballo y sortear diversos peligros.
«Mi padre necesitaba a alguien capaz de hacer todo eso. Él juzgo que yo era el actor para el papel. En la filmación, éramos dos artesanos, un actor y un director, que se tienen una confianza mutua increíble», comenta Brontis vía Skype, desde México, donde se encuentra inmerso en otro proyecto. El actor debutó en el cine de la mano de su papá, cuando era un niño, en la cinta de culto El topo (1970), aunque en la Argentina se lo recuerde más por su papel protagónico en la obra de teatro El gorila, basada en Informe para una academia, de Franz Kafka, presentada en 2013.
En La danza de la realidad, en contraposición a la crueldad de Jaime está el calor de su voluptuosa mujer, Sara (Pamela Flores), que se comunica cantando ópera.
Ella y los personajes bizarros (enanos, tullidos) tan propios de la filmografía del «viejo» Jodorowsky -que acaba de cumplir 86 años y no dirigía desde hacía más de dos décadas-, hacen que el film tenga algo de realismo mágico, además de abordar temas políticos y de autoconocimiento. A la presencia de Brontis, Jodorowsky sumó a la de sus hijos Cristóbal y Adán. La película termina por centrarse en el viaje interior y la redención de un padre comunista, que conspira contra el entonces dictador chileno Carlos Ibáñez del Campo.Brontis, hijo mayor de Jodorowsky, habla español con acento mexicano, ya que nació y creció en ese país. Luego partió con su madre, la actriz Valerie Trumblay, a Francia, donde desarrolló una fructífera carrera teatral, que incluye actuaciones en el Théâtre du Soleil, y la dirección de piezas dramáticas y de óperas: Pelléas et Mélisande, con música de Claude Debussy, Rigoletto, de Verdi, y Carmen, de Bizet.
A su abuelo lo vio una sola vez. «Yo debía de tener veinticinco años cuando lo conocí. Como él y mi padre se llevaban muy mal, no teníamos contacto… Fue a Francia a visitarnos. Nos vimos en un café. Le pedí que me hablara del pasado pero no quiso. Y luego, al ver que yo pagué los cafés, se enfureció. Tenía una idea de orgullo en relación con el dinero. Lo único que me dio en la vida, después de eso, fue un monedero», relata Brontis.
-¿Cómo fue la experiencia de interpretarlo?
-Alejandro me dijo: «Prepárate bien, que vas a hacer de tu abuelo». Yo le dije que no podía actuar de alguien a quien no conocía. «Voy a usar lo que está en el guión y todo lo que me has traspasado de tu mitología interior», le respondí. Y me metí en la locura del personaje. Esta película es como una remake de nuestra memoria familiar, a partir de hechos reales: las sesiones de bofetadas y las idas al dentista sin anestesia son cosas que le ocurrieron a mi padre, me las contó cuando yo era niño. La idea también era tomar al personaje de Jaime y humanizarlo a lo largo del film.
-Tiene que haber sido un desafío. Le pasan muchas cosas.
-Sí, pero es un papel apasionante, con un arco de transformación completo. Y cada escena es intensa. Eso, para un actor, es muy estimulante. Yo, que nunca me había subido a un caballo, tuve que aprender a domar a un corcel, el semental más bravo que había, en una tarde y media.
-Muchos ven a su padre, artista múltiple y tarotista, como un genio. Otros lo consideran un charlatán. ¿Usted lo padeció o lo disfrutó?
-Yo tengo varios padres. Uno es el personaje público, Alejandro Jodorowsky, artista o genio para mucha gente. Otros lo tratan de charlatán porque no lo conocen, o por celos. Tengo otro padre en la vida cotidiana, un ser humano con varios hijos, que ha tratado, a través de los años, de mejorar como padre. Hay un tercer padre que es el que yo me he construido. Y el cuarto es el arquetipo de padre, constituido por mi abuelo Jaime, por Alejandro, por mí mismo como padre y, como también tengo mamá, por el padre de ella, o sea, mi abuelo materno. Lidio con equilibrio con el padre público, porque conozco al cotidiano, y con el padre cotidiano, porque conozco su obra. Mi relación con él siempre ha sido pautada por colaboraciones artísticas, desde El topo. También hicimos tres obras de teatro juntos, entre ellas, El gorila.
-Como hijo de artistas, ¿estaba destinado a ser actor?
-Probablemente sí. De pequeño no viví con mi padre. Él y mi madre se conocieron en la compañía mexicana de mi padre (Teatro Pánico). Luego, ella me llevó a Polonia, donde trabajó con el famoso director Jerzy Grotowski. A los dieciocho años acompañé a unos amigos a una clase de teatro. Había faltado un alumno y el maestro me pidió que dijera dos frases para una escena. Salí pensando: «Quiero ser actor». Y ahí empecé. Claro, yo tenía seis años y medio, cuando se hizo El topo, pero entonces era un juego. Después, en 1974, a los once años, me eligieron mejor actor infantil en México por El muro del silencio, una película de Luis Alcoriza. Mis padres siempre estaban en el teatro, metidos en su realización artística. Quizás actuar para mí fue una forma de decir «Mírenme».
Brontis es padre de dos hijas: Alma, que actuó en La vida de Adèle, y Rebeca, que está terminando la secundaria. Entre sus trabajos recientes en cine, encarnó al hermano mayor de Chejov, en Anton Tchékhov 1890, de René Féret, director a su vez de Nannerl, la hermana de Mozart (2010). «En aquel film hice un pequeño papel», dice. También interpretó a un padre que vive aislado en una cabaña, con dos hijos, mientras los ronda una bestia que los puede devorar, en Las tinieblas, de Daniel Castro Zimbrón, quien ya lo había dirigido enTáu (2012). En cuanto al proyecto que lo ocupa en México, «es como un film posapocalíptico», señala Brontis. El actor también espera mostrar en ese país El gorila. En junio, en Santiago de Chile se unirá a la filmación de Poesía sin fin, la nueva película de su padre, en la que volveráa encarnar a su abuelo, en el momento en queAlejandro es un adolescente que deja su casa. A esta cinta le seguirá la francesa L’amour qu’il nous faut (El amor que necesitamos), de Nathalie Marchak.
-¿Qué lo decide a participar en un film?
-El proceso del personaje. La transformación. Algo que no se ve mucho. Se ven más películas estadounidenses, por ejemplo, de superhéroes que están para salvar al mundo, pero destruyéndolo… Hay muy buen cine europeo, latinoamericano, chino, pero hay un problema de distribución. Las grandes cadenas desprecian al público. Tendrían que destinar una sala exclusiva a películas que no destruyan todo ni sirvan sólo para vaciarte la mente.
-¿Piensa volver a hacer teatro en Buenos Aires?
-Me gustó mucho la relación del teatro con el público. Ir a ver obras en Buenos Aires es una actividad casi banal. Algo precioso. Me gustaría ir a dirigir una ópera o una obra. Y estoy abierto a las propuestas, claro..