La llamaron Realidad por su dureza. Una urbe que exigió años de planificación muy cuidadosa -por parte de arquitectos y urbanistas- dado que sus habitantes estaban sometidos a condiciones climáticas verdaderamente extremas. La casi ausencia del Sol y las temperaturas glaciares en superficie obligaron a perforar en la dura roca para crear asentamientos a mucha profundidad. La vida en superficie resultaba del todo imposible.
Como no podía ser de otra manera se trataba de una ciudad fortificada, en la que todo estaba estructurado y sometido a un férreo control. Las autoridades lo justificaban alegando que cualquier improvisación podía generar una catástrofe. Los límites y las exigencias eran bien visibles. Incluso en las viviendas que eran funcionales con ausencia total de decoración o de belleza.
-¿Quién va a querer vivir en una ciudad tan extrema?
Se escuchó una voz: “Es cierto que esta ciudad surge de la rigidez. Obliga a trabajar, al máximo esfuerzo y a una atención constante. Todo aquí es lento y difícil. El premio, como su nombre indica, consiste en darnos cuenta de la realidad desprovista de cualquier ropaje.
No son muchos los que se atreven a mirarla a la cara y prefieren esconderse o huir hacia paraísos artificiales de cualquier tipo. Naturalmente que tendremos que convenir que un exceso de realidad también puede convertirse en el mayor enemigo de la vida»