Un grupo de niños, acompañados por sus padres, acuden a una hermosa playa a pasar el día. Para tenerlos entretenidos les proponen un juego donde cada niño deberá construir un castillo de arena. Al caer la tarde los padres se pasean para ver lo que han hecho sus vástagos y se sorprenden por la enorme variedad de propuestas.
El castillo más rápido en ejecución se hizo en 20 minutos. Después el niño pasó a otra cosa, y a otra más. Hubo quien lo construyó con sólidas paredes. Otro hizo dos castillos. Uno decía que lo importante no era el castillo sino los personajes interiores. Hay quien llamó la atención con un castillo gigante y pomposo. Quien construyó un castillo útil para jugar. El que valoró su belleza exterior. El que construyó pasadizos interiores que no eran visibles, pero que él sabía que existían.
No había dos iguales: el castillo optimista, el estratégico con elementos defensivos, el muy original y el que desapareció sumergido en el agua.
Entonces los niños preguntaron a sus padres ¿Qué habéis aprendido vosotros hoy?
Que no todos sois iguales, ni todos valoráis las mismas cosas. Lo que parece ser importante para uno no lo es en absoluto para otro.