Alejandro Jodorowsky (en respuesta a qué aprendió de la curandera Pachita): En primer lugar aprendí a tratar a las personas. Gracias a ella, comprendí que todos -o casi todos- somos niños, a veces adolescentes. Lo primero que hacía Pachita era tocar con sus manos a todo el que acudía a ella, con lo que establecía una relación sensorial e infundía confianza a las personas. Se producía un fenómeno extraño: desde el momento en que sentías en ti sus manos, se transformaba para ti en una especie de madre universal y no podías
resistirte. Así me sucedió también a mí, a pesar de que, por entonces, yo rechazaba a los maestros y me negaba a someterme. Sin embargo, al tocarla mi resistencia se derretía como la nieve al sol. Pachita sabía encontrar en el adulto, incluso en el más seguro, un niño dormido, ansioso de amor, y el contacto era más eficaz que las palabras para establecer confianza y abrir su estado receptivo.
Extracto de «Psicomagia«, ed. Siruela.