En su discurso a universitarios recién licenciados, el escritor Kurt Vonnegut les dijo: “Cuando seáis felices, prestad atención”, y les contó que de niño, en verano, se sentaba a la sombra de un manzano a beber limonada con su tío Alex, que siempre interrumpía la conversación para decir: “¿Hay algo más bello que esto?”.
¡Mejor ser un espeleólogo de la felicidad que un traficante de malos recuerdos!
Al final la felicidad es una manera de mirar que te lleva a una actitud.
Le contaré un par de historias de las que he aprendido. La primera, del escritor Joseph Heller: estaba el autor de Trampa 22 en una impresionante villa en Long Island y alguien le preguntó: “¿Qué sientes al saber que el dueño de esta casa ganó en media hora lo que tú ganarás por todas las ventas de tu famoso libro?”.
“Yo tengo algo que él nunca podrá tener –contestó–, la conciencia de tener bastante”. La segunda historia es conocida: cuando le dieron el Oscar, Roberto Benigni dijo: “Doy las gracias a mis padres por haberme dado el don de la pobreza”. Nadie lo entendió, pero era el reconocimiento a un acto de amor: no dar posesiones, sino cariño, estímulos, fe. Libertad.
Nosotros, con nuestras cosas, pensamientos…, ocupamos demasiado espacio.
Sí, es necesario un poco menos de uno mismo. Y sustituir la ambición vertical por la horizontal. En lugar de una carrera, experiencia; en lugar de reconocimiento, conocimiento.
Extracto de una entrevista con Gabriele Romagnoli, periodista y escritor.
Fuente: La Contra de La Vanguardia.