-Maestro, díganos algo sobre la pareja.
-¡Es tu espejo, y cada cual tiene el suyo!
-Maestro, es que yo por no tener no tengo ni espejo…
-¡Deberías abrir tus ojos y observar…!
Más allá de la reflexión sobre el libro o la persona que impartirá el taller, lo cierto es que no son actividades excluyentes sino complementarias. Veamos algunas diferencias:
La principal es que en el taller el acercamiento al tema se hace con todo el cuerpo y no solo intelectualmente. En un taller “ideal” deberían darse las condiciones para que los contenidos nos lleguen por distintas vías: emocional, creativa, material, etc.
No estaremos allí por casualidad (aunque es probable que así lo creamos). ¿Acaso no estábamos buscando una transformación profunda más allá de los libros?
En un taller podemos tener la sensación de estar acompañados, de no caminar solos. Habrá otras muchas personas a nuestro lado con problemas similares, por tanto también es un marco inmejorable para continuar aprendiendo.
Aunque ningún taller sea la vida real, debería convertirse es un espacio que nos permita observarnos en nuestra situación actual. Dejemos en la puerta de la entrada nuestras altas defensas y permitámonos un cierto grado de apertura.
No es la solución a todos nuestros males, pero puede ser la semilla que de inicio a un proceso,.
Allí podremos confirmar que no existen recetas universales. Lo que funciona con uno no lo hará con otro, porque no todos somos iguales.
La ayuda nos llegará sólo hasta el punto en que lo permitamos. Ningún buen terapeuta ayuda a quien no quiere ser ayudado. Lo contrario es un abuso.