Acto psicomágico para solucionar un problema de codependencia. Alejandro Jodorowsky

Acto psicomágico para solucionar un problema de codependencia. Alejandro Jodorowsky

FERNANDA ESCRIBE «CON UN CLAVO PLANTADO EN EL CORAZÓN»:

Soy una mujer de 46 años y tuve una relación con un hombre doce años más joven que yo. No soy capaz de tener relaciones prolongadas, posibles. A distancia de años me concedo momentos durante los cuales lo quiero todo, pido poder darlo todo, reprimiendo mis miedos con la coartada de la historia imposible, limitada en el tiempo. Pero poner un límite es algo que no permite jamás que uno se abandone completamente… Este hombre, como es fatal para mí, es joven pero todavía inmaduro. Separado de su esposa, ha vuelto a ser hijo, vive con sus padres, respetando reglas, horarios, fantasías de los suyos, como si fuera un niño. Declara estar enamorado, pero me impone todos sus vínculos (días, horas, condiciones meteorológicas, mamá, papá, amigos, mujeres posibles). Nuestra relación está estancada como un ítem en la agenda, sin arrebatos, sin espontaneidad, sin la alegría y la pasión de cualquier nueva empresa. Después de una semana y una interrupción por su parte, yo paulatinamente me retiré: hablamos, pero sólo de él, nada de relaciones completas, aclara tus ideas, pienso, dime qué quieres de mí… Vivo la precariedad que yo misma evoco con un estado de ánimo próximo al dolor, entre una llamada y otra, que pasen horas o días, yo tengo una piedra, un clavo plantado en el corazón. Ayer le dije que no nos veríamos más. Queda la piedra en el corazón, no sé si quiero un tratamiento de psicomagia, quiero que este mal se convierta en algo, comprender en qué oscuridad pesca, en qué se me parece este hombre, qué evoca… Anoche soñé que me atacaba un mastín, ladraba fuerte, yo no tenía miedo, trataba sólo de calmarlo. El perro se hacía más agresivo, se acercaba, yo con el brazo trataba de apartarle el hocico y él me mordía, pero sin hundir los colmillos, sólo para detener mi brazo. Nada de dolor, nada de miedo.

ALEJANDRO JODOROWSKY LE RESPONDE ESGRIMIENDO UN BISTURÍ:

Querida Fernanda, para que un médico sane una herida infectada, debe antes abrirla y, al parecer sin piedad, limpiarla… Pronto tendrás 50 años: si no procedes a realizar una toma de conciencia, llegarás a la mitad de tu vida aún sumida en un nivel de conciencia «romántico» que corresponde a una adolescente. Con rapidez, y al parecer sin piedad, te diré que creo que es la raíz de tu problema, esa piedra que dices llevar en el corazón. Puede que al leer esto, surjan en ti las defensas emocionales que te impiden ver en qué  consiste esa piedra, que también simbolizas con un clavo. En los años 40, época en que yo vivía en Chile, mis amigos poetas, cuando pasaba mucho tiempo sin que tuvieran relaciones sexuales decían: «Tengo que botar la piedra». Para ellos la piedra era semen acumulado. Por otra parte, si reconocemos las enseñanzas de Freud, un clavo es un símbolo fálico. La pista que estoy siguiendo para ayudarte comienza en tu nombre: Fernanda es un Fernando vuelto femenino. No te asombres si te digo que estás poseída por una mirada que te desprecia como mujer y te exige ser hombre. Si después de leer lo anterior, sientes  que te embarga una dolorosa rabia, detente a meditar un momento. Sentada inmóvil, repasa toda tu vida, desde tu primer recuerdo hasta el día de hoy. Luego regresa a estas líneas:

Padeces algo que en psicoanálisis le llaman codependencia: ciertas personas que no se aman a sí mismas, se enamoran de seres que son incapaces de amarlas. Para ti, el ideal de ser humano es un hombre joven, que vive como un hijo adorado en el hogar de sus padres. Ellos lo siguen tratando como un infante, dándole todo. Él se complace con esto, porque para ellos encarna la perfección. Con toda seguridad, tu padre quería tener un hijo, no una hija. Para obtener su amor, tú habrías debido nacer encarnada en un hombre. El joven del que  crees  estar enamorada (y que en el fondo, detestas), es lo que siempre tú has querido ser: Un macho infantil, cuidado y admirado por sus padres. Me dices: «Quiero comprender en qué se me parece este hombre, qué evoca.» Este hombre es todo lo que quisieras ser para ser querida, para amarte a tí misma. En fondo sabes que es una inmensa injusticia no ser amada por haber nacido mujer. Esto te provoca una rabia sorda contra tu padre (misma rabia que porta reprimida tu madre), contra tu amante y contra los padres de tu amante. Todos ellos forman en tu sueño el símbolo del mastín agresivo. Si él no te muerde y  retiene tu brazo, ese brazo se te ha convertido, simbólicamente, en el falo que ansías tener. Entonces desaparece el dolor y el miedo.

Aunque sólo querías comprender y no pides acto de psicomagia, te voy a recomendar uno que tiene la fuerza virulenta que se necesita para liberarte de un problema que arrastras ya casi medio siglo: Vístete de hombre joven, mete en tus calzoncillos un falo de plástico. Ve a un café de homosexuales y conversa con algunos que tienen tu edad actual. Luego, disfrazada así, ve a ver a tu padre (si está muerto visita su tumba). Te plantas frente a él, escarbas en tu bragueta, extraes el falo, se lo arrojas con fuerza hacia el pecho  (o hacia la lápida) y le gritas: «No necesito esto para existir. Me amo a mí misma tal como soy.» Luego recuperas el falo, lo entierras y plantas una mata floral. Después de este acto, encontrarás un hombre, ya no infantil sino adulto.